La vida es breve, imprevisible, incierta, frágil. No es una expresión desde la resignación, sino desde la aceptación. Hay una parte significativa de ella en la que no hemos participado: no hemos elegido venir a este mundo, ni el día, ni la hora, tampoco hemos elegido a nuestros padres. Son un puñado de situaciones, pocas pero decisivas.
Por Samuel Stamateas
Como lo expresa Ophra Winfrey: No importa cómo llegaste al mundo, lo que importa es que estás acá. De allí en más, somos nosotros quienes podemos elegir cómo vamos a vivir. De ahí en más, son nuestras decisiones las que brindan calidad a nuestros días, y ese cuidado de la calidad es condición necesaria –aunque no suficiente- para influir en la cantidad. No es tanto cuánto viva sino cómo viva. Si no tenemos la vida que queremos, podemos tener la vida que diseñemos.
Recordar que la vida es breve y nadie sabe cuándo finalizará, es un buen hábito para estar en el presente, centrándonos en lo que estamos haciendo y con quién o quiénes estamos en ese momento. A la espera del “tiempo perfecto”, del “momento adecuado”, perdemos de vista el aquí y el ahora.
Recordar que la vida es breve nos ayuda a definir y focalizarnos en lo que realmente importa. Nos ayuda a disfrutar cada cosa, cada momento, cada persona. Saber y aceptar que un día vamos a morir nos pone en la categoría de gente realista y nos invita a comenzar a vivir.
Si aceptar que un día vamos a morir nos muestra realistas, tomar la decisión de vivir intensamente y con significado nos muestra maduros, sabios. No se trata de darle urgencia a la vida, sino compromiso. Comprometernos a ser más generosos, más empáticos, más solidarios. A distinguir los pequeños milagros cotidianos. A ser nosotros un milagro para otros.
No se trata de vivir como si fuéramos a vivir para siempre sino de vivir de tal manera que no tengamos nada que reprocharnos. De dedicarle tiempo a nuestros momentos. Aunque todos queremos vivir más, desperdiciamos horas que no se recuperan en discusiones estériles, preocupaciones inútiles, emociones negativas.
La vida es demasiado corta para quedarnos cortos con nuestras acciones. Decidamos asumir esos riesgos que nos asustan. Saludar a esos vecinos que no nos gustan. Perdonar a esos familiares que se equivocaron. Brindar más elogios y menos críticas; ser especialistas en señalar virtudes y aciertos de los demás. Mostrar sin vergüenza nuestras emociones, nuestra vulnerabilidad, nuestra sensibilidad.
Dejar brillar a los demás. Dar más y pedir menos. Todo lo que hay en el planeta, en la naturaleza, es un don, un regalo, el aire que respiramos, el sol, el agua. Todo eso está ahí disponible para nosotros sin que lo hayamos generado nosotros. Estaba allí antes de nuestro nacimiento y estará allí después de nuestra partida. Todo está preparado para dar, vos y yo también.
Cada mañana al abrir los ojos, conectémonos con ese día. Vivamos el hoy sin exceso de pasado ni exceso de futuro. Recordemos que el día de ayer terminó anoche. Que no es que solo se vive una vez, sino que sólo se vive un día a la vez.
La mejor manera de honrar la vida es vivirla en plenitud. La pregunta trascendente no es si hay vida “en el más allá”, sino si hay vida “en el más acá”. La respuesta es personal. Sobre ella construimos nuestros días, en esta imprevisible, incierta y frágil vida… Solo se trata de vivir.
Samuel Stamateases Coach Ontológico Profesional y Coach Ejecutivo. Co-director de la Escuela de Líder Coach Profesional. Autor de los libros “Lidera Tu Vida”, “Tu Propósito es la Clave”, “Quiero, puedo y merezco prosperar” y “21 hábitos para una vida plena”. Entrenador en habilidades de Liderazgo, Motivación y Competencias Conversacionales.
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